El Mamey de la Memoria: Una Planta y un Símbolo Florecido
En el fértil valle de Palavecino, donde la historia se entrelaza con la savia de la tierra, nuestra labor ha sido un faro constante; ya que, entre muchos de nuestros empeños por la identidad local, está la de divulgar al conocimiento colectivo el significado del árbol de mamey, el fruto emblemático del municipio, según su Ordenanza de Símbolos.
A sabiendas de esta preocupación y como conocedor del tema expresado en la referida Ordenanza, hemos concebido impulsar y divulgar esta simbología, buscando que este ícono de fruto, pueda volver a echar raíces profundas en la memoria colectiva.
La historia, sin embargo, guardaba un giro poético. Años atrás iniciamos una campaña por establecer en algunos espacios públicos la siembra o cultivo inicial del árbol de mamey; lamentablemente, fueron casi nada los esfuerzos que ameritaba por contribuir, no solo a su propagación; recuerdo que, centrado en esa tarea, por estimular el conocimiento por la simbología municipal, un vecino, movido quizás por el mismo espíritu de preservación, realizó un gesto significativo, pues nos donó una planta de mamey. No era un simple retoño; era un vínculo vivo con el pasado que tanto anhelábamos rescatar.
Con esmero y esperanza, la planta encontró un nuevo hogar en el complejo Estancia Las Mercedes, donde por breve espacio tuve una relación de trabajo. Allí, bajo el cielo de Palavecino y en tierras nutrida por la misma historia que alimenta nuestras ganas de preservar la memoria, el mamey consiguió alojo y casa fija para ir progresivamente desarrollando su crecimiento. Fue entonces, cuando se materializó su traslado.
Hace días, me despertó el interés por saber qué sucedió con aquella planta que nuestro vecino Mercedes Ribas accedió a donarnos; por sorpresa y coincidencias, tuve el privilegio de dar una charla en los vistosos e históricos corredores de la antigua Hacienda Santa Bárbara, hoy Estancia Las Mercedes; fue en ese instante, cuando comprendí que el cronista persistente se corona en medio de un espectáculo de vida, al apreciar deslumbrante aquella planta, que alguna vez llevé en tamaño intermedio, hoy erigida de flores y pequeños frutos. Dándome la sensación de una promesa de abundancia futura, un símbolo que literalmente da fruto.
Este árbol cultivado, más que una planta, es un testigo silencioso de una tradición agrícola y social, como bien documenta la memoria local. El mamey se cultivó en tiempos de antaño a lo largo y ancho de los valles del Turbio. Su propósito era noble y práctico: contribuir a la merienda de los peones, quienes, en largas horas de esfuerzo y trabajo, aprovechaban el descanso de arduas jornadas en aquellas unidades de producción de caña dulce y socorrer las ansias por degustar un sabroso y algo aromático mamey.
En ese instante comprendí la transformación de la cual ha sufrido el municipio en todos sus estratos, lo que ha conllevado a extinguir al mamey de su paisaje histórico-social, del cual era conocido por los viejos lugareños de Cabudare, Agua viva, el Peñusco y el sitio de Tarabana, sitios o puntos evocados como estratégicos y pintorescos, al notarse sus frondosas ramas y tallos crecer al ritmo en que transitaban las aguas por los bordes de los antiguos sistemas de riego o "bucos" que serpenteaban los cañaverales, enamorando aquel panorama.
La planta florecida y fructificante en la Estancia Las Mercedes es, por tanto, un círculo que se cierra. Representa el éxito del empeño por revivir un símbolo oficial, tributo vivo a los peones del pasado que encontraron sustento y dulzura en su sombra y su fruto. Y es, sobre todo, un recordatorio tangible a la memoria, cuando se siembra con dedicación y se riega con el compromiso, siempre; tiene el potencial de echar raíces, florecer y dar nuevos frutos para las generaciones venideras.
El mamey de Palavecino, es un gesto que se niega, pero sigue escribiendo su crónica verde en el corazón del municipio.
José Luis Sotillo J.
Cronista de la Parroquia Agua Viva del Municipio Palavecino. Estado Lara. Venezuela.
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